Hace poco en mi terraza comenzaron a suceder extraños acontecimientos...Unas finas ramillas se iban aglomerando sobre un jarrón vacío. Al principio no sabíamos exactamente qué era lo que estaba ocurriendo, pero al cabo de unos días esas pequeñas e insignificantes ramas se habían dispuesto de tal manera que formaban un confortable nido de pájaros.
¡Caramba, vaya sorpresa! Aquel matrimonio de pájaros había decidido que nuestra terraza iba a ser su cobijo para dar a luz a "Los pequeños excretores", como cariñosamente los he llamado.
Finalmente, una mañana me asomé y observé un blanquecino huevo, que noche tras noche y día tras día era cuidado tanto por papá pájaro como por mamá pájaro. Ilusionados por nuestros nuevos inquilinos, les abastecimos de alpiste y agua, para que se ahorraran los viajes en busca de sustento alimenticio.
La espera era irritante, pero no era para menos, ya que sólo un par de días después había otro pequeño huevecillo en el nido.
La incubación duró un par de semanas. Los huevos no parecían aumentar de tamaño, pero dentro de ellos albergaban dos vidas que luchaban por salir del fino cascaron...
Y ¡Paf! Una tarde aparecieron allí los polluelos, con los restos de los huevos desaparecidos. Temblaban de fío y sus ojos estaban lacrados.
Varios días pillamos a la madre dando de comer a los pequeñajos, que ante nuestros propios ojos agrandaban su tamaño a una velocidad pasmosa. Al cabo de poco aquellas lombrices que mamá pájaro introducía en sus picos relucientes hicieron su efecto.
Esos dos pequeños ya no eran tan pequeños:
Tanto fue así que aquel manojo de ramas se convirtió en el suelo sobre una moqueta de heces secas (un poco repugnante)
Y por fin aquellos hermanos, tras estar de inquilinos varias semanas en la terraza de mi casa, ocupando el protagonismo de las visitas, se habían convertido en unos adultos, dispuestos a sobrevolar la faz de la tierra.
Sus ojos transmitían peligro al fotografiarles. Pero,¿sabían volar?. No sabíamos con certeza este dato.
Sólo son basamos en el hecho de que gran cantidad de cagaditas de diversos tamaños y texturas, decoraban la terraza (sobre las sillas, en el cristal, por las barandillas...), y le daban un aire un tanto descuidado.
Decidida, mi madre comprobó la teoría de que seguramente ya sabían volar por eso mismo, dio unas palmadas cerca del nido y dijo ¡Ala Fuera!
Y fuera partieron.
Batieron sus alas con fuerza y sin pensarlo dos veces. Salieron en la misma dirección con sus cuerpos bien formados y tonificados, con aquella caja torácica hinchada de ansias de explorar contenidas.
La última visita que tuvimos de éstos fue tan sólo un día después, pero, como comprenderéis evitamos su asentamiento poniendo en lugar del nido un captus ¡AUCH!
Sino, esos pequeños excretores, ya no tan pequeños nos hubieran dejado la terraza peor que la ciénaga de Shreck.
En fin...los pájaros deben abandonar su nido a cierta edad, como los hijos a sus padres para independizarse. Es ley de vida
que monos eran cuando nacieron... pero era un poco asqueroso cuando entraba en tu terraza...
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